Yo nací programadísima.
En algunos momentos de mi vida,
recuerdo que mis amigas me decían:
—Eres
peor que un robot, relájate mujer.
Me daba tiempo a hacer todo y
el máximo placer era borrar de la lista cada tarea realizada.
Empecé con las listas muy
pronto. Eran listas de personajes que aparecían en las series de dibujos
animados. Todavía no he analizado en profundidad lo que me podían aportar pero
miraba la tele con mi cuaderno muy cerca, apuntando todos y cada uno de los
protagonistas.
Luego fue la lista de
deberes, enseguida llegaron la lista de libros de la biblioteca del cole, lista
de personas que me felicitaban en mi cumpleaños, de personas que veía un sábado
noche, de partidos de baloncesto ganados, lista de todo lo que tenía que hacer
un día de universidad cuando vivía a solas…
Llegó la lista de invitados de
boda y también la de lugares a visitar durante el viaje. La lista de la primera
compra, y la de lo necesario para el primer bebé.
Y entonces las listas
empezaron exponencialmente a multiplicarse durante unos años.
Pero esas listas me daban
seguridad, y también sentido a una vida acelerada.
Y de repente mi vida hizo BUM
y durante unos meses no quise ni listas, ni compromisos, salvo los imprescindibles
para que la vida de mis hijos no se viese afectada.
Y empecé a fluir, como una hoja de otoño en un día de viento intenso.
Y me dejé llevar, hasta que
volví a sentir la necesidad de volver a programar y planificar.
Pero ya fue diferente porque
yo era diferente.
Empecé entonces a planifluir.
A planificar dejando un
margen también para la improvisación.
A planificar de forma más
consciente y más humana tal vez.
A planificar guiada por la
intención y el propósito.
En cierto modo el “software”
base de nacimiento seguía instalado, pero yo había decidido modificar parte de
la programación.
Al planifluir influye la cabeza
pero sobre todo el corazón.
Muchas veces lo olvidamos,
pero hay que conectarse con lo que sientes.
Necesito planificar, saber
hacía donde quiero ir, pero dejando siempre un margen de sorpresa a la vida.
Permitiéndome el cambio, la
adaptación, lo insospechado.
Y además hay que tener en
cuenta que en esto de planifluir, también hay baches, curvas y obstáculos.
Y también surgen sombras y
miedos, pero se superan.
Este texto es un resumen de
un artículo del blog MEC (mamáespiritualcreativa) que he rescatado porque creo
que, a la hora de escribir, planifluir puede ser una opción tan válida como
otras.
A mí al menos me encanta
planifluir en cada libro que escribo: tengo una estructura, unos personajes, sé
a grandes rasgos hacia donde me dirijo pero tengo la capacidad de adaptarme a
los cambios que me va pidiendo la historia, que me van susurrando sus
protagonistas. Y sobre todo me escucho porque siempre hay una voz dentro de mí que sabe mucho más de lo que pienso, que a menudo tiene la llave de
todas las puertas que necesito abrir.
Dicho esto, ¿te animas a
planifluir?